San Pedro, personificación de la furia, nos descubre la contención majestuosa de Cristo ante un Judas con rasgos demoníacos, según era propio de la fisiognomía moralizadora del Barroco
El Beso o Prendimiento, tallado por Salzillo en 1763. Un antiguo paso del mismo tema poseía la Cofradía, igualmente de Salzillo, con imágenes de vestir, vendido a Orihuela cuando el escultor realizó el que ahora admiramos.
En la escena principal se encuentran las figuras de Cristo y Judas. El primero llama la atención por su majestuosidad y serenidad, frente al discípulo infiel, con rasgos demoníacos, según era propio de la fisiognomía moralizadora del barroco.
Esas dos figuras constituyen el eje central del juego de intencionalidades puesto de relieve por Salzillo. La forma de contrastar la mirada esquiva de un Cristo, de profunda naturaleza ética, se opone a los rasgos faunescos de su discípulo. Es fácil adivinar los sentimientos generados ante esta escena calculada para incluir en un mismo espacio momentos diferentes.
De esta forma, un soldado, con curiosa armadura, contempla impasible el arresto. Su quietud, así como la mansedumbre de Cristo al aceptar el signo de la traición, contrasta con un violento San Pedro, que ha derribado a un Malco temeroso, caído a los pies del Apóstol, que sigue con el brazo levantado, con sus músculos en tensión.
Al final de ese recorrido se puede comprender la forma de introducir sentimientos encontrados en las figuras y, sobre todo, valorar la secuencia narrativa tan sabiamente utilizada por Salzillo. En 1761 había tallado la Cena como instante profético de la traición. Dos años después el Prendimiento hacía realidad el fatídico anuncio.
Fotos cedidas por Joaquín Zamora y Pedro J. Navarro