Este conjunto procesional de Francisco Salzillo es uno de los más representativos del barroco español, por su calidad y novedad compositiva e iconográfica
Un paso del mismo tema fue propiedad de la Cofradía desde sus primeros tiempos en el que los apóstoles acompañando a Jesús eran imágenes de vestir.
El escultor murciano planteó un conjunto de gran calidad y de novedad compositiva e iconográfica. Puede que ninguna otra obra haya dado pie a tanta literatura encomiástica.
Recoge el paso el momento en que Jesús se retira con Pedro, Santiago el Mayor y Juan al huerto de Getsemaní y, puesto en oración, sintiendo “angustias de muerte” (Marcos XIV, 34) “se le apareció un ángel del cielo, confortándole”, como indica el versículo de Lucas XXII.
Retirados se encuentran los apóstoles, con sus ojos “cargados de sueño”, al decir de San Mateo y San Marcos.
Recoge el momento en que Jesús se retira con Pedro, Santiago y Juan al huerto de Getsemaní, y es consolado por un ángel con las alas aún desplegadas que acaba de posarse en la tierra.
La tradición asegura que cada uno de ellos simboliza los diferentes estados de la vida: sueño confiado y profundo el del joven San Juan, sosegado el del maduro Santiago, ligero y en vela el del más anciano, San Pedro, que en su mano porta la espada presta a intervenir.
Esta última es una figura muy lograda, por su expresivo rostro, la perfecta anatomía del brazo en alerta, los magníficos pliegues del pie.
La figura de Cristo, imagen de vestir, se representa arrodillada e implorante, como hundido ante el peso del destino que se avecina, con todo el sufrimiento concentrado en un rostro de mirada suplicante, que contrasta con la serena belleza del Ángel, figura que lo conforta, que a su mismo nivel evita que desfallezca, con las alas aún desplegadas, pues acaba de posarse en la tierra.
Este Ángel, elogiado por su belleza, muestra el cáliz que en la procesión se encuentra sobre una palmera cargada de dátiles, enfrentada a una rama de olivo, para representar el huerto de Getsemaní.
Aunque se han propuesto diferente fuentes para explicar la novedad del paso, acaso uno de los más bellos de Salzillo hecho en 1754, nada puede compararse a la originalidad del conjunto.
Pinturas y grabados mostraban la forma de solucionar el desfallecimiento de Cristo mediante artificios propios de las dos dimensiones del lienzo, la tabla o el papel.
El verdadero mérito del paso fue el de dar el salto a las tres dimensiones de la realidad que representa la escultura. Sólo el gran Gregorio Fernández había abordado una solución similar – el Descendimiento de Cristo – trasladando a la madera las ficciones de la pintura.
En este caso Salzillo se adentró en una aventura similar, destacando planos compositivos, integrando diferentes atmósferas, buscando un pasillo visual que condujera a los protagonistas de la escena y, sobre todo, modulando el color desde diversas tonalidades que inevitablemente conducen a la etérea y rosada figura del ángel que conforta a Cristo. Incluso en la indagación de sentimientos se expresó con rotundidad.
La pocliromía, clave
La policromía – y el visitante ha tenido la oportunidad de contemplar su soberbio manejo en el Belén – ayuda, así como el espléndido juego de intencionalidades fisiognómicas, a explicar el significado de este paso renovado.
La abatida figura de Cristo, un héroe de tragedia que acepta su trágico destino, cae pesadamente en tierra. Su rostro amoratado, de suaves entonaciones violáceas, impresiona tanto por su lacerada humanidad como por su sumisa aceptación del símbolo que el mensajero le señala.
Y el Ángel, intermediario entre el héroe y su destino, es ligero e inmaterial como los sueños. Apenas posa sus pies sobre la tierra, sus alas, de un colorido fantástico e irreal, parecen humedecidas por la noche.
Fotos cedidas por Joaquín Zamora y Pedro J. Navarro